Desde hace más de tres décadas, el mundo busca la manera de avanzar hacia la transición energética sin poner en riesgo el suministro de energía ni una de las principales fuentes de ingresos para la economía. Los países nórdicos están a la vanguardia en este proceso, pues actualmente producen más del 90 por ciento de su energía a partir de fuentes limpias y son grandes exportadores hacia el resto del continente. Sin embargo, lo que sucede en Alemania evidencia la complejidad del desafío. La reducción en el suministro de gas, debido a la guerra entre Rusia y Ucrania, obligó al país a aumentar la explotación de carbón, poniendo en un segundo plano sus compromisos climáticos.
En América Latina esta discusión tiene un tinte diferente. La mayoría de países cuentan con matrices limpias. Por ejemplo, Chile, México y Brasil han aumentado en los últimos años la producción de energías renovables por encima del 60 por ciento, y Uruguay alcanzó más del 90 por ciento, incluyendo al hidrógeno verde dentro de su oferta energética. Debido a que algunas economías de la región dependen en gran parte de la exportación de hidrocarburos, el desafío está en cómo reemplazar los ingresos que provienen de esta actividad.
Giovanni Pabón, director del Área de Energía en el Centro de pensamiento Transforma, llama la atención sobre la diferencia entre transición económica y energética. “La económica es cuando, por ejemplo, un país decide dejar de ser agricultor y comenzar a exportar otro recurso. Mientras que la transición energética es un concepto que se refiere exclusivamente a cómo un país usa su energía para moverse”. El caso colombiano ilustra muy bien este dilema. Aunque el país cuenta con una matriz limpia, pues el 70 por ciento de su energía se origina en hidroeléctricas, buena parte de los ingresos fiscales provienen de la exportación de petróleo y carbón. Una de las principales banderas del Gobierno del presidente Gustavo Petro es revertir esta dependencia